Por Cristian Vergara

Para el académico del Centro de Estudios Árabes de la Facultad de Filosofía y Humanidades, la filosofía significa un pensamiento comprometido con el espacio en el que se habita. Para Karmy no hay filosofía sin habitar, y, en último término, no hay pensamiento sin habitar. De allí que estos Escritos bárbaros se lean como una toma de posición y una manera de habitar. Editado por LOM, el libro se presenta como un compromiso intelectual con el presente.

La imagen del desierto circula por los ensayos de manera metafórica, concatenando un campo geográfico con una determinada idea de pensamiento. El desierto como una poética que permite pensar en medio de una época dominada por la destrucción del planeta y la catástrofe, el desierto como un lugar donde habitar. Karmy invita a arrojarse al desierto y a abrazarlo como una posibilidad. “Lo que este conjunto de ensayos intenta habitar es justamente el intersticio, que es precisamente lo que está desierto. Intenta que la filosofía se haga cargo del mundo, pero al mismo tiempo intenta darle un giro especulativo a la propia contingencia y, en ese sentido, es una filosofía del presente”, explica el autor.

Este lugar del no lugar, el intersticio, el desierto o, más adelante, la intifada, es un espacio de extrañamiento radical. Karmy entiende la filosofía como la migración del pensar, explicando que hay filosofía “precisamente cuando el pensamiento no calza con la nación o con un territorio en particular”. “La filosofía siempre extraña a su propio territorio”, apunta.

En este sentido, Karmy lo asume la filosofía como un modo de habitar. Un modo de habitar un lugar que no tiene territorio, como una in-coincidencia con todo territorio. Por el hecho de ser ella misma, la filosofía, desterritorializada. “Si uno ve la historia de la migración de la filosofía desde Grecia, pasando por Bizancio, Bagdad, Córdoba, y posteriormente París y Alemania, la única conclusión posible es que la filosofía excede al territorio al que llega. En cierta manera, en estos ensayos que trato de armar está la idea de una filosofía móvil, que fundamentalmente asume su quehacer como un campo de batalla frente a un poder específico. No puede haber filosofía sin provocación, sin un intento de problematizar radicalmente las categorías con las que se opera de manera habitual”.

La primavera árabe y la intifada

El 2006 comienza a trabajar temas sobre filosofía y geopolítica en el Centro de Estudios Árabes. “Si hay un momento en el que creo que fuimos radicalmente impactados fue cuando aparecieron las revueltas árabes. Fueron una acontecimiento no solo porque el escenario del mundo árabe era completamente abyecto frente a cualquier tipo de emancipación, en el sentido de que los mismos proyectos de emancipación que habían sido claves en los años 60 estaban capturados y vaciados de contenido, sino además porque había un auge de los discursos islamistas que capturan a esa potencia común que atraviesa al mundo árabe y los territorios más allá de él”, señala.

Cuando surge la revuelta, comienza a discutir con el equipo de académicos del Centro de Estudios Árabes sobre los alcances de algo que parecía ser una revolución. Karmy explica que no era en el sentido de la revolución francesa, la cual intenta fundar una nueva institucionalidad, sino que es una revuelta sin cabeza, sin una vanguardia que movilizara al pueblo. A aquella irrupción la llamaron intifada.

“Mi primera hipótesis era que la intifada tenía un carácter antipolicial, en el sentido que era un movimiento que desarticulaba la administración policíaca de los Estados. Entendiendo que la policía se convertía en el paradigma del imperialismo contemporáneo. La intifada siendo antipolicial era antiimperialista”, explica. Este movimiento se manifestaba en lo que Rodrigo Karmy cataloga como los dos discursos que habían encabezado los procesos políticos del mundo árabe: el discurso postcolonial nacional-popular, de carácter secular, y el islamista-popular.

“Lo interesante de las revueltas es que desactivaron la posibilidad de que esos dos discursos operaran. Y mostraron que esos dos discursos eran, más allá de su retórica, cómplices de la ocupación imperial. El discurso nacional-popular había terminado transando con las políticas norteamericanas, y por otro lado, el discurso islamista-popular había transado con las oligarquías de turno. En ese sentido, no había posibilidad política en ninguno de esos dos discursos”, señala.

Junto con el análisis geopolítico, Rodrigo Karmy también realiza el ejercicio de entender de la noción de intifada como dispositivo de pensamiento. “Si el pensamiento es una sustancia común a todos, que carece de frontera y respecto de la cual todos participamos de una u otra manera, pero ninguno de nosotros es propietario de esa sustancia, el pensamiento, es una intifada”.

En este sentido, propone comprender la intifada en cuanto experiencia de la imaginación común, ya que no sería otra cosa que el estallido de la imaginación. “Es el momento en que los árabes le enseñan la mundo de que no hay fin de la historia, sino lo que hay es una invitación a volver a imaginar el mundo. Es una impugnación radical frente a la formas anárquicas con las que opera el capital en la época contemporánea”.

Es así como señala que un pensamiento que no se proponga a sí mismo como intifada, no es un pensamiento. “Es parte de la normalización, por un lado academizante o espectacularizante. Por eso este libro no tiene la pretensión de situarse en el sitial de los expertos, lo que importa es el estallido de la intifada que está ahí puesto en juego”.

Civilización y humanismo

El texto que inaugura Escritos bárbaros que se llama El nomos de la civilización. Es un texto que escribió el 2011 a propósito de las revueltas árabes, buscando visibilizar que lo que se estaba poniendo en juego es lo que denomina razón civilizatoria en tanto razón imperial. Es así como el primer gesto político que se hace necesario es la de hacer una decontrucción radical de la noción de civilización

“El ensayo es una pequeña pieza de un mosaico mucho más grande que debería ir hacia adelante y hacia atrás. Hacia adelante para mostrar la solución de continuidad que tiene la noción de civilización con el actual discurso de democratización. La democratización sería hoy la figura renovada, en versión norteamericana, de la civilización franco-británica del siglo XIX. Y hacia atrás en el sentido de entender que la noción de civilización, articulada por el discurso imperial franco-británico, es una forma secularizada de la antigua evangelización hispano-portuguesa sobre las indias”.

“Cuando hoy se habla de que los musulmanes tienen que acceder a la democracia, y aparece el musulmán bueno, el demócrata, versus el musulmán malo que es un terrorista, justamente lo que se pone en juego ahí es una secularización del otrora evangelizado”.

En esta misma línea, una de las reflexiones que atraviesa el libro tiene que ver con los distintos discursos que se ponen en disputa en el escenario del imperialismo: el humanismo.

“El imperialismo es un discurso humanista que tiene una concepción del ser humano muy específica y por eso lo que sostengo es que la matriz política de la imperialidad occidental es una matriz pastoral. La soberanía fue siempre en occidente de corte pastoral. En ese sentido, el discurso que se profería a nivel imperial siempre fue un discurso humanista. La hipótesis del libro es que mientras no haya una crítica radical al humanismo, no hay una crítica radical al imperio”, señala.

Karmy explica que la noción agambeniana de máquina antropológica le es útil para explicar como el imperialismo produce a lo humano en la medida en que expulsa de sí a un resto biológico totalmente inhumano, aquel que está expulsado de lo que llama la comunidad de los hablantes: aquellos que son humanos precisamente porque hablan.

“El problema es que cuando el imperio asume una concepción de lo humano necesariamente rebaja al otro con el que se enfrenta a una posición de inhumanidad que hace posible precisamente, albergado en el discurso humanista, un discurso racista como el que implementa Netanyahu en Israel o como el que está presente en Guantánamo”.

Para Karmy, Guantánamo es el núcleo del funcionamiento del derecho o lo que es lo mismo, el racismo es el núcleo del humanismo. “Lo que sostengo en el ensayo Palestina o la inquietud de los hablantes es que el sionismo como discurso es humanista y precisamente por eso el núcleo del sionismo es el racismo. No puede concebirse el sionismo sin un aparataje racista, pero el sionismo no puede concebirse como dentro de una constelación más amplia de proyectos coloniales. Lo que me interesa es no destruir al sionismo porque es sionismo, sino porque se vincula discursivamente a una historia imperial de la cual es heredero”.

Fuente: Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de Chile